Después de cierta edad, ya se han vivido tantas guerras, se ha derramado tanta sangre y se han despilfarrado tantos recursos que es difÃcil no sentir cansancio, asco, fastidio y hasta flojera de el letargo de un terreno que se hizo estéril. Muerto en su totalidad.
¿En la muerte también se siente?
Se siente el peso de lo inacabado y de los tantos fracasos, se duda de los méritos y el sÃndrome post traumático de amores fallidos deja secuelas irreparables.
Y se 'vive' con la contradicción de sentir tanto y nada... El pistoletazo contundente entre pecho y espalda supura cada tanto, y recuerda que nunca más se volverá a tener pulso.
El pulso se lo llevó quien tiró del gatillo, hombre despiadado que dio un golpe certero, dejando el tiempo detenido, la ausencia, y la inercia de la vida muerta.
¿La última gran muerte, tal vez?
Y ahora, solo queda adaptarse a una nauseabunda corriente etérea que arrastra lenta y constantemente en el letargo de los dÃas. Hasta poner el cuerpo verde, hinchado y podrido.
Ojalá pudiéramos vivir de los recuerdos felices, de los tiempos que no volverán, y que tan sólo un pulsado de latido reviviera este estanque de porquerÃa que llaman vida. Dónde nada se mueve, dónde perdura la tristeza y la única esperanza es pensar en la siguiente decepción.
La decepción de una muerte verdadera que no llega. Pero ronda constantemente en el beso desesperado de quién lo intenta.
¿Por qué hay quién lo intenta? ¿Acaso ven el rostro desesperado de la rutina? El asco que se arrastra garganta abajo y que se atora en el esófago y permanece ahÃ... disimulando la sonrisa de quién ya no es capaz de sentir desasosiego, esperanza, revolución de la calma dentro de la calma, lealtad, fuego, complicidad.
Es un amor muerto.
Es la última gran muerte.