Mientras yo lo miro, él mira la ventana,
su monitor da hacÃa una verdadera beldad.
Una muchacha de ojos grandes, verdes y
brillantes, de exuberante pelo rojo y tez extremadamente blanca. Algo
verdaderamente bonito, un paisaje vivo, un alguien que vale la pena admirar.
Él, abre cada mañana las persianas, se deleita en su trabajo, escribe poesÃa, lee artÃculos importantes, redacta memos, hace cartas, sonrÃe… sobre todo sonrÃe.
Yo, que lo tengo de frente, sé todo esto, porque lo veo en su semblante, incluso veo cuando
se enoja, porque se le marca una equis Una cicatriz que solo se pronuncia en
ocasiones determinadas: cuando algo le desagrada o le inquieta.
A veces, no necesariamente de molestia,
la equis aparece en su frente, justo ahÃ, encima de su ceja izquierda, es la
respuesta involuntaria a una sonrisa de Leidi. Entonces, sé de manera ipsofacta, que se ha inquietado realmente.
De ese lado de su ventana brilla el
resplandor, ese que encandila y llega hasta la boca del estomago. Es como
cuando cierras los ojos y te pega de lleno los rayos del sol en los parpados.
Asà de bella es.
Pobre hombre cuando le toca girar la
silla, y quedar frente a mÃ.
Esta mañana he hecho el ejercicio se
sentarme a hurtadillas en su escritorio, aun sin abrir la ventana, gire la
silla hacia mi computador. Un lugar oscuro, frÃo, que solo se alumbra en esa
parte del corcho que tiene pegada una foto de Pablo Alborán, ese que canta “Tú
y tú y solamente tú”.
Me vi allÃ, en mi silla, una proyección
astral de tristeza involuntaria, el semblante de quien ha vuelto a perder un
amor, mejor dicho, el mismo amor, el que se pierde cada marzo. Irreductible
tristeza que contagia y enferma.
Duele mirar esa proyección de insatisfacciones
y desidias. A nadie le gusta la gente triste, menos si es bajita y de belleza
efÃmera.
Mi otro compañero de oficina, (que por cierto se sienta de espalda a
mi) describe mi semblante como “una belleza rara”. No, no es rara. Es la belleza de la
nostalgia. Es la belleza de la nada.
Un estado que fluctúa entre la rabia, la
tristeza y un limbo raro de color parduzco... algo entre verde vomito y gris
asfalto. Si las auras tuvieran color, el mÃo seguro fuera ese.
Lo siento, de verdad lo siento por las
personas que comparten a diario conmigo, y mi aura. Ya llevo tanto tiempo
siendo gris vomito, que olvide de que otro color se puede ser. Tal vez un color
nos define por siempre, y matiza de acuerdo a las situaciones de la vida.
Y asÃ, cada quien tiene su color.
Cuando él, se sienta frente a mÃ, su
color cambia de forma automática. Adquiere mi color, deja de ser color “Leidi”.
Los ojos se le apagan, no hay equis, no hay nada.
Es mejor no mirarme. Por eso siempre
abre las persianas.
Si yo pudiera voltear a otro lado y no
mirarme, también lo hiciera.