“Caramba señorita, pero que bien le luce su maquillaje y su ropa de marca el dÃa de hoy, lástima que con tan buena pinta y con tan buena presencia no pueda sustituir el ápice de cerebro que a usted le queda”…. dignas palabras para un baño de mujeres en mi universidad.
Vale la pena mencionar, que ocasiones como esta no se presentan comúnmente, serian demasiado recurrentes lo asesinatos en baños, tal vez se vencerÃa el lote de hipocresÃa que abunda, no sólo en esta minorÃa de ecosistema llamado “UCSAR”, también en la gran sociedad corrompida de mal genio de las mañanas caraqueñas.
El presente relato no va dirigido a la malversación de oportunidades, de pensamientos y de dar espacio a la excelencia, esto si se le puede clasificar dentro de algún genero literario, va dirigido a personas que se dignan a ser mejores cada dÃa, a personas que no les da miedo crecer, que no temen a la censura y que son capaces de recrearse en el júbilo y picardÃa que prevalece ante la injusticia y ante un sistema corrompido, lleno de lujurias gubernamentales donde el más fuerte es el que sobrevive, y no el que en verdad lo merece.
Si, lo se, tal vez pensarás… “Es la ley del más apto”. ¿Qué te hace pensar que quién es el más apto?, ¿Quién eres para juzgar al que pisa, mata y usa métodos “griegos”, para subir de nivel? Yo no justifico la trampa, no justifico la cobardÃa, y no tolero a la injusticia.
Y si de injusticia se trata, basta con mirar más allá de nuestras narices, más allá de ese baño en el que yo imagine que estuve.
Aquella señorita, a la que hago alusión como entrada en mi texto, existe… ¡si! tú tienes una amiga, conocida o vecina que es como ella. Tú las has visto pasar con su caros implantes, y su poca habilidad para relacionar la realidad real, con su realidad vivida. Yo no tengo nada en contra ello, no es necesario comprar mediocridad con belleza. Conozco mujeres hermosas, que son capaces de entablar una conversación digna, (hombres también). AsÃ, como sé de aquellos que no tienen visa para la estética, y son igualmente vÃctimas de la idiotez. La excelencia, no se trata de quién sabe más de las capitales del mundo, ni quién resuelve mejor el álgebra; la excelencia que uso como referencia, es aquella que surge de la necesidad de ser mejores cada dÃa, de no quedarse en el balde, de crecer humanamente y recordar la firmeza que tienen los extintos “valores”.
Vale la pena mencionar, que ocasiones como esta no se presentan comúnmente, serian demasiado recurrentes lo asesinatos en baños, tal vez se vencerÃa el lote de hipocresÃa que abunda, no sólo en esta minorÃa de ecosistema llamado “UCSAR”, también en la gran sociedad corrompida de mal genio de las mañanas caraqueñas.
El presente relato no va dirigido a la malversación de oportunidades, de pensamientos y de dar espacio a la excelencia, esto si se le puede clasificar dentro de algún genero literario, va dirigido a personas que se dignan a ser mejores cada dÃa, a personas que no les da miedo crecer, que no temen a la censura y que son capaces de recrearse en el júbilo y picardÃa que prevalece ante la injusticia y ante un sistema corrompido, lleno de lujurias gubernamentales donde el más fuerte es el que sobrevive, y no el que en verdad lo merece.
Si, lo se, tal vez pensarás… “Es la ley del más apto”. ¿Qué te hace pensar que quién es el más apto?, ¿Quién eres para juzgar al que pisa, mata y usa métodos “griegos”, para subir de nivel? Yo no justifico la trampa, no justifico la cobardÃa, y no tolero a la injusticia.
Y si de injusticia se trata, basta con mirar más allá de nuestras narices, más allá de ese baño en el que yo imagine que estuve.
Aquella señorita, a la que hago alusión como entrada en mi texto, existe… ¡si! tú tienes una amiga, conocida o vecina que es como ella. Tú las has visto pasar con su caros implantes, y su poca habilidad para relacionar la realidad real, con su realidad vivida. Yo no tengo nada en contra ello, no es necesario comprar mediocridad con belleza. Conozco mujeres hermosas, que son capaces de entablar una conversación digna, (hombres también). AsÃ, como sé de aquellos que no tienen visa para la estética, y son igualmente vÃctimas de la idiotez. La excelencia, no se trata de quién sabe más de las capitales del mundo, ni quién resuelve mejor el álgebra; la excelencia que uso como referencia, es aquella que surge de la necesidad de ser mejores cada dÃa, de no quedarse en el balde, de crecer humanamente y recordar la firmeza que tienen los extintos “valores”.